LA BIBLIA A TRAVÉS DE MARÍA DÍA 21

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La promesa a David

El último rey y la última reina madre que aparece en el Antiguo Testamento, es la pareja que fue llevada a Babilonia, pero ellos no son los últimos de los que escuchamos. Cuando Dios estableció su alianza con David, prometió al joven rey, que su reino no tendría fin, pero cuando Nabucodonosor exilió al rey que era descendiente de David y depositario de las promesas de Dios, 400 años más tarde de la alianza con David, pareciera como si Dios se hubiera arrepentido de lo que prometió; sin embargo, sabemos que Dios no falta a sus promesas, sino que muchas veces las cumple en formas que a veces no comprendemos o esperamos.

El pueblo judío sabía que la promesa de Dios era incondicional, y creían en las palabras de los profetas, las cuales anunciaban el día en que se restablecería el reino de David. Las profecías sobre el restablecimiento del reino, no eran solamente sobre el futuro rey, sino también sobre su madre. En un tiempo de gran aflicción, Isaías le dijo al rey Ajaz que busque una señal: «Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel» Is. 7, 14 Debemos recordar que esta señal era para tranquilizar a Ajaz respecto al continuo compromiso de Dios con la casa de David frente a todo tipo de amenazas e intrigas foráneas.

Otro profeta del Antiguo Testamento, profetizó aún más explícitamente sobre la llegada de un soberano procedente de la casa de David: «Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial. Por eso, el Señor los abandonará hasta el momento en que dé a luz la que debe ser madre; entonces el resto de sus hermanos volverá junto a los israelitas. Él se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque él será grande hasta los confines de la tierra» Miq. 5, 1-3 Este soberano nacerá en la ciudad de David, Belén y como David, será un pastor. Miqueas menciona también a la madre del futuro soberano, refiriéndose a ella como: “aquella que gime como una mujer en parto, como una mujer que está dando a luz”.

Una vez más, tenemos un profeta que nos dice que la señal de la salvación es un futuro rey que nacerá de una mujer, pero los judíos tienen una mentalidad diferente sobre lo que debe venir en las Escrituras. Para los antiguos israelitas de hace varios miles de años, era muy extraño que un profeta mencione que el rey nacerá de una mujer y no se mencione al padre; Isaías y Miqueas no dicen nada acerca del padre de este futuro rey, lo cual era inusual. A primera vista, no hay nada raro acerca de esto, ya que se supone que todos, y también los reyes, nacemos de una mujer.

En la Biblia, además de otros documentos antiguos del Oriente, casi siempre es al padre al que se menciona; es la persona que se destaca en todas las referencias a un hijo o a un rey: A la madre prácticamente no se le menciona, por ejemplo, David, hijo de Jesé; Salomón, hijo de David, etc. A pesar de todo esto, las profecías de Isaías y Miqueas, el rey es hijo de una mujer. Eso, al menos parcialmente, nos indica sobre la importancia de esa mujer en el plan de Dios.

El reino de David

El reino de David es importante, porque es la clave para entender el Reino de Cristo. Los autores del Nuevo Testamento dejaron claro que Jesús, nacido de una virgen en Belén, y pastor de los hombres, es el Hijo de David. El Reino de Jesús es el restablecimiento del Reino de David prometido por los profetas. Desde el principio, los apóstoles y los primeros cristianos, hablaban de cómo Jesús cumplía las promesas proféticas acerca del Hijo de David:

«En efecto, refiriéndose a él, dijo David: Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, porque tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción. Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia. Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismoni su cuerpo sufrió la corrupción. A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen. Porque no es David el que subió a los cielos; al contrario, él mismo afirma: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a todos tus enemigos debajo de tus pies. Por eso, todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías»» Hch. 2, 25-36

El Nuevo Testamento aclara que Jesús es el rey prometido. El rey cuya llegada fue anunciada mucho antes por los profetas y también que su reino es el reino davídico (el reino prometido para la eternidad a los descendientes de David), restaurado y transformado. Si Jesús es el rey, del reino davídico restablecido, eso significa que María es la Reina Madre.

La genealogía de Jesús

El Evangelio de Mateo comienza con la genealogía de Jesucristo y, aunque muchos lectores detestan tener que leer este pasaje, es fascinante para estudiar, pues lo que a primera vista se ve como una lista, en verdad es una obra maestra de la literatura:

«Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham fue padre de Isaac; Isaac, padre de Jacob; Jacob, padre de Judá y de sus hermanos. Judá fue padre de Fares y de Zará, y la madre de estos fue Tamar. Fares fue padre de Esrón; Esrón, padre de Arám; Arám, padre de Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón. Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab. Booz fue padre de Obed, y la madre de este fue Rut. Obed fue padre de Jesé; Jesé, padre del rey David. David fue padre de Salomón, y la madre de este fue la que había sido mujer de Urías.

Salomón fue padre de Roboám; Roboám, padre de Abías; Abías, padre de Asaf; Asaf, padre de Josafat; Josafat, padre de Jorám; Jorám, padre de Ozías. Ozías fue padre de Joatám; Joatám, padre de Acaz; Acaz, padre de Ezequías; Ezequías, padre de Manasés. Manasés fue padre de Amós; Amós, padre de Josías; Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos, durante el destierro en Babilonia. Después del destierro en Babilonia: Jeconías fue padre de Salatiel; Salatiel, padre de Zorobabel; Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de Eliacím; Eliacím, padre de Azor. Azor fue padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquím; Aquím, padre de Eliud; Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán; Matán, padre de Jacob. Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo.

El total de las generaciones es, por lo tanto: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta el destierro en Babilonia, catorce generaciones; desde el destierro en Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones. Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.» Mt. 1, 1-18

Mateo dividió la genealogía en tres grupos de catorce generaciones cada uno. El hecho de que haya 3 grupos es significativo, porque en hebreo, el número 3 es considerado un símbolo de perfección, lo que es lógico considerando que Dios consiste en 3 personas. El hecho de que haya 14 ancestros en cada grupo, es también significativo, ya que, en hebreo, los números están representados por letras. Es como en el latín, los números romanos I es 1, V es 5, etc. El valor numérico de las letras que forman la palabra “David”, es 14. Sumándolas, las letras equivalen al valor de 14. Como en hebreo, no hay vocales, el nombre de David se escribe: DVD, donde:

D=4
V=6 〉 La suma equivale a 14
D=4

Según el patrón numérico en la generalogía de Mateo, él demuestra que Jesús es el hijo de David, pero no solo eso, sino que Jesús es el Hijo perfecto de David (Jesús está en el 3er grupo, y el 3 significa perfección). Al final de esta genealogía encontramos a María: «Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo» Mt. 1, 16 Las palabras de Mateo hacen eco a las palabras de Isaías y de Miqueas: José está allí por María. A diferencia de cualquier otro hombre de esta genealogía, él recibe su lugar a través de su esposa. A José no se le llama “padre de Jesús”, sino más bien María es la que se enfatiza como madre. ¡Ella es de quien nace el rey prometido! ¡Ella es la reina madre que los profetas presagiaban!

Otra peculiaridad inusual en la genealogía de Mateo es que hay 4 mujeres mencionadas. En las típicas genealogías hebreas, las cuales siempre describen la sucesión a través del padre; pero en el Antiguo Testamento existe una excepción a esta norma: las genealogías de los reinos davídicos de Judá, en 1ª y 2ª Reyes, en las se describe a la reina madre junto a sus hijos reales. La última mujer que se nombra antes de María en la genealogía de Mateo, es Betsabé, la madre de Salomón; ella fue la prototípica reina madre, al igual que Salomón fue el prototípico hijo de David. Por su lugar en la genealogía se la identifica como precursora prefigura de María.

En resumen: María como la Reina Madre del Nuevo Reino, da las enseñanzas más importantes de la Iglesia sobre ella, por su papel como Madre de Dios. ¡Un papel y título con una historia fascinante!.

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Conclusión

Da gracias a Dios por habernos dado a María. (Hazlo con tus propias palabras)

Medita un momento la vida de María, y en cómo nunca dejó de confiar en Dios a pesar de los momentos tan difíciles que pasó. Medita también en la Consagración: ¡Vas a ser esclavo de María!

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…

En el en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Amén!

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