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«El amor me lo explicó todo». (San Juan Pablo II)
La teología del cuerpo es el estudio del cuerpo en su totalidad, es el título que el Papa San Juan Pablo II le otorgó al gran proyecto de enseñanza de su pontificado.
Es una catequesis con una profunda reflexión bíblica del significado de la encarnación de la persona humana, particularmente en lo que concierne a su creación como hombre y mujer, el llamado a los dos a «ser una sola carne».
Presenta una «antropología adecuada» con bases correctas para entender la vocación del hombre a amar como Dios nos ama. Sólo a través de una visión correcta del hombre y su vocación al amor, podemos entender las exigencias de la vida cristiana y valorar los tesoros que ella custodia.
La TDC (Teología del cuerpo) nos ayuda a comprender que somos un don perfecto, que hemos sido creados con un amor tan puro con características esenciales (Bueno, bello y verdadero) para amar desde nuestro estado de vida a los demás viéndolos también como un don perfecto, un regalo grandioso con virtudes y pensamientos que los hacen ser complementarios y únicos.
Hemos sido creados por y para el amor, con una vocación y misión específica con el principal objetivo de «donación» integral.
¿Cómo funciona esta donación? Partiendo del amor en Dios, posteriormente a ti y después al prójimo; siendo servicial, amable, tratando al otro como ese tesoro que Dios creó con especial deseo, donándote en cuerpo, alma y al decir en «cuerpo» no es de manera sexual sino con actos de servicio pues todo lo que no es visible el cuerpo lo hace visible, por ejemplo; un abrazo, una sonrisa, haciendo de comer a tu esposa, otorgando un regalo, alimentándote de manera sana, etc.
Dios te creo con un cuerpo físico, con alma y espíritu, con emociones, sentimientos y con una sexualidad.
Cabe mencionar que somos seres sexuados: «Hombre y mujer nos creó». Es importante reconocer que la sexualidad es hermosa pues no se concentra sólo en el acto genital sino que ésto tiene un sentido aún más especial, el ser fecundos, el dar vida por medio de la buena canalización del deseo.
Cuando amas verdaderamente a una persona deseas lo mejor para su vida y la castidad es clave del perfecto amor.
En el momento que encierras tu sexualidad sólo al deseo o placer para satisfacerte estás minimizando a la persona convirtiéndola en un objeto y para qué son los objetos; para ser usados y una vez que ya no sirven son desechados. Y ¡no! todos cuanto te rodean son seres especiales, una creación perfecta de su creador, con un corazón para ser custodiado y protegido.
El orden de la sexualidad inicia cuando te identificas como hijo amado por Dios, esta identidad hace que puedas compartirte hacía el exterior y no hablamos de manera sexual es todo lo contrario, es donarte con esas características que sólo tú y únicamente tú tienes porque no hay ser igual al ti en este mundo: Compartiendo tus pensamientos, tus anhelos, la capacidad que tiene tu cuerpo de expresar amor y comunicarlo (Lenguajes del amor: Palabras de afirmación, tiempo de calidad, regalos, actos de servicio, contacto físico)
La castidad es la virtud de amar con responsabilidad no es como muchos piensan que se enfoca en el puritanismo, no es rechazo, no es “aguantarse las ganas” es la forma y exigencia del amor, es custodiar el alma del otro y darle un valor mayor.
Sea el estado de vida en el que te encuentres (Matrimonio, soltería, vocación sacerdotal o religiosa) ¡estás llamado al amor, a la felicidad!
Dios quiere que seas feliz, Él te ha soñado con planes grandes, perfectos tanto en esta vida terrenal como para tu vida en el Cielo.
La vocación es el llamado por parte de Dios en tu vida para que por medio de ella puedas experimentar un poquito de lo qué es el Cielo aquí en la Tierra, en el caso del matrimonio el fruto de su amor son los hijos y toda vocación conlleva frutos/vida/fecundidad; los sacerdotes y vida religiosa adoptan a la Iglesia como «hijos espirituales» y a Dios como esposo.
¡Recordemos que todo llamado concede vida!
Te invitamos a conocer más sobre la Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II e identificar cuál es tu lenguaje del amor para entregarte como don perfecto a los demás.
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«El amor me lo explicó todo». (San Juan Pablo II)
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