LA BIBLIA A TRAVÉS DE MARÍA DÍA 33

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Corredentora, Mediatriz y Medianera

Como nuestra madre, María vela por nosotros, ora por nosotros y nos acerca cada vez más a su hijo Jesucristo. Por esa razón, nos referimos a ella muchas veces como “Corredentora”, Mediatriz (Medianera) o Abogada (Defensora), títulos que identifican su papel único en la historia de la salvación. Estos títulos, para los que no comprenden el contexto, pueden parecer blasfemos. Los no católicos protestan frecuentemente estos títulos citando, por ejemplo, a San Pablo: «Hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo, hombre él también» 1ª Tim. 2, 5

Colaboradores con Cristo

¿Cómo reconciliar que llamamos a María Mediatriz siendo Cristo el único mediador? El mismo San Pablo nos ayuda a resolver este misterio: «Porque nosotros somos cooperadores de Dios, y ustedes son el campo de Dios, el edificio de Dios» 1ª Cor. 3, 9 Si Cristo es el único mediador, ¿por qué necesita colaboradores? En realidad, no los necesita. Él puede hacer todo solo si así lo quisiera, pero no es así, porque lo que Él quiere, es formar hijos e hijas maduros. Cualquier padre sabe que la mejor manera de enseñar a sus hijos, es involucrándolos para ayudar. Eso es lo que hace Cristo, nos hace sus colaboradores, y lo que hace un colaborador de Cristo es fundamental: vivimos de acuerdo a su Palabra, amamos al prójimo como lo amamos a Él, y aceptamos nuestras cruces.

San Pablo fue colaborador en la redención: «Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia» Col. 1, 24 Si San Pablo lo fue, y también nosotros podemos ser colaboradores de Cristo, ayudándolo con su obra de redención al completar “lo que falta aún de sus sufrimientos”, podemos entender cuánto más María puede colaborar con Él. Como su madre, María compartió su trabajo de manera inigualable.

María ha sido una gran colaboradora en la Historia de la Salvación. Desde su “sí” a Dios, cuando le pidió que diera a luz a su Hijo, hasta el amor y atención que le mostró a Jesús a lo largo de su vida, hasta la aceptación de ofrecerse a sí mismo en la cruz, María colaboró en la obra de nuestra salvación. Dios quiso que la encarnación de su Hijo despendiera del consentimiento de una mujer. ¿Podría haber una colaboración más íntima que la de ella?

¿Podría persona alguna sufrir más que María en el Calvario? ¿Podría haber alguien que hiciese una ofrenda más perfecta que la aceptación del sufrimiento y muerte de su hijo perfecto? ¡No! Al aceptar el plan de Dios de principio a fin, María fue la colaboradora de Cristo por
excelencia. Como su colaboradora, la Santísima Virgen ayuda a mediar la gracia y salvación al mundo. Y como nuestra madre, ella intercede constantemente por nosotros en el cielo.

Es por esto que a María se le puede llamar Corredentora, Mediatriz y Abogada sin robarle nada a su Hijo. Porque María ha hecho y continúa haciendo tanto por nosotros, es merecedora de nuestra honra y veneración. Celebramos la gran obra de gracia que Dios hizo en su vida por medio de grandes Solemnidades y Fiestas que la conmemoran:

▪ La Inmaculada Concepción, celebrando que ella es pura, sin mancha y llena de gracia (8 de diciembre).
▪ La Anunciación, celebrando que fue escogida, ella aceptó y concibió a Jesús por obra del Espíritu Santo (25 de marzo).
▪ María Madre de Dios, celebrando su maternidad (1 de enero).
▪ La Asunción de la Virgen María, celebrando que fue llevada al cielo (15 de agosto).
▪ La Natividad de la Virgen María (8 de septiembre).
▪ La Visitación de la Virgen María a Santa Isabel (31 de mayo).
▪ La Presentación de Jesús en el Templo (2 de febrero).
▪ ¡Y más!

El Santo Rosario

A la Santísima Virgen la honramos por todo lo que hemos estudiado, pero también por su obediencia y santidad por medio de himnos, poemas, y bellas letanías. Está presente en nuestra mente y corazón como modelo de fe, esperanza y amor al colgar sus imágenes en nuestras paredes, al colocar sus estatuas en nuestras parroquias y hogares y al ponernos sus escapularios o medallas en el cuello. Al rezar oraciones como el Memorare, la Salve, la Magnífica, El Ave María, y el Rosario, pedimos por su intercesión.

De todas las diferentes maneras en que los católicos amamos y honramos a María, el rezo del Rosario es seguramente la más común y la más importante. Muchos no católicos descartan el Rosario como una repetición monótona y mecánica de palabras, pero el Rosario, debidamente rezado, no tiene nada de monótono; es una meditación de la vida y obra de Cristo que involucra todo el ser de la persona al menos en tres diferentes niveles.

1. Sonido de la voz (escuchar y hablar).
2. El paso de las cuentas (tocar).
3. La contemplación de imágenes devocionales (memoria, razón e imaginación).

Cuando rezamos el Rosario, contamos con todo nuestro ser y la mayoría de nuestros sentidos para orar. Todos los sentidos se pueden incorporar en un espíritu de oración. Esta devoción es profundamente bíblica, pues incluye oraciones que están en las Sagradas Escrituras:

• El “Padre Nuestro”, que Cristo nos enseñó a orar en el Evangelio de Mateo 6, 9-13 y Lucas 11, 2-4.
• El Ave María, una oración que tiene su origen en las palabras del Arcángel Gabriel en la Anunciación: ««¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo»» Lc. 1, 28
• Y las palabras de la prima de María, Isabel, en la Visitación: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!» Lc. 1, 42

El Rosario también requiere que meditemos en veinte diferentes misterios de los Evangelios, misterios de la vida de Cristo y la vida de María. Recitamos las palabras de las Escrituras, que son palabras de amor, confianza, devoción y fe, y reflexionamos sobre los misterios de la salvación. Rezar el Rosario es decirle a Cristo y a su Madre una y otra vez cuánto los amamos y cuál es nuestra fe en las verdades de la fe. Rezar el Rosario es un acto de amor, y es por esto que ha sido una de las devociones más apreciadas de los católicos por cientos y cientos de años.

Los dogmas marianos

Diferentes imágenes bíblicas incluidas la Hija de Sion, la Virgen Eva, el Arca de la Alianza y la Reina Madre, nos ayudan a entender quién es la Santísima Virgen María y cuál es su papel en la Historia de la Salvación. Son las raíces bíblicas e históricas para los cuatro dogmas marianos:

1. María Madre de Dios
2. Perpetua Virginidad de María
3. La Inmaculada Concepción
4. La Asunción al Cielo

Algunos anticatólicos quisieran hacernos creer que los dogmas marianos no son más que idolatría; que los católicos le han otorgado a María la honra y la devoción que solo le pertenece a Dios. La realidad es que, aunque honramos a María de manera especial, los católicos solo adoramos a la Santísima Trinidad.

Hay tres términos en latín que clasifican lo que otorgamos a Dios y a los Santos:

• Dulía: Veneración al resto de los santos.
• Hiperdulía: Una especial veneración solo a María.
• Latría: Adoración solo es para Dios.
▪ Solo se le adora a Dios, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
▪ No hay nadie antes que Él ni por encima de Él.
▪ Dios es el autor de la creación, el autor de nuestro ser y el creador de María también, la cual es una criatura, no una diosa, ni es nuestra redentora.

La veneración a María

Aunque María es un ser humano como nosotros, la honramos y veneramos con gran amor y devoción. La honramos porque ella manifiesta claramente la gracia de Dios. Por medio de una naturaleza libre de pecado y obediencia total a la voluntad de Dios, y en su gran amor por su Hijo, ella nos muestra lo que es posible con la gracia de Dios. También la honramos porque nos recuerda a lo que somos y a lo que estamos llamados: Amados hijos e hijas de Dios conformados a su voluntad.

La honramos por el gran papel que desempeñó en asistir a llevar a cabo la obra salvífica de Cristo. La honramos por el papel que continúa desempeñando en la obra redentora, orando e intercediendo por nosotros en el cielo. Sobre todo, la honramos porque es nuestra madre en la fe, entregada a nosotros por Jesucristo cuando colgaba en la cruz.

Madre nuestra

«Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa» Jn. 19, 26-27 Esta escena es solo una muestra de evidencia de que Jesús no tuvo hermanos o hermanas biológicos. ¿Por qué María iría a vivir con Juan si ella tenía otros hijos o hijas que podían cuidarla?

A un nivel más profundo, debemos aprender a reconocer que todos nosotros somos ese discípulo amado. Jesucristo nos manda a llevar a María a nuestra casa, a nuestro corazón. ¡Somos sus hijos! Por eso, ella nos ama, ora por nosotros y hace todo lo que puede para acercarnos más a
su Hijo. Jesús, al ser un Hijo perfecto y cumplir la Ley con cabalidad (cfr. Mt. 5, 17), ama y honra a su Madre. Para nosotros, dejar de amar y honrar a quien Él ama, es dejar de amar y honrar a Dios mismo, y no hay fracaso más grande que ese.

María es nuestra madre, concedida por Jesucristo mismo. Acudamos a ella y nos acercará cada vez más a su Hijo: «María es el medio más seguro, fácil, corto y perfecto para llegar a Jesucristo» San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción 55

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Para finalizar:

Da gracias a Dios por habernos dado a María. (Hazlo con tus propias palabras)

Medita un momento la vida de María, y en cómo nunca dejó de confiar en Dios a pesar de los momentos tan difíciles que pasó. Medita también en la Consagración: ¡Vas a ser esclavo de María!

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo…

En el en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Amén!

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