Músicos de Fuego incendiados por el Amor de Jesús Eucaristía

Música de fuego- Enseñanza de fuego- Misioneros testigos de fuego.

Era una hermosa y soleada tarde de domingo. Afuera, había un espectáculo celestial, el sol estaba de fiesta, se había engalanado de un rojo suave y tierno, era un bello disco de fuego que seducía el cielo e hipnotizaba la tierra y todos quedamos absortos de su belleza, fue tanto, que se nos olvidó el tiempo y el espacio.

El sol estaba alegre porque en un pequeño rincón del mundo llamado Quito- Ecuador se estaba clausurando el retiro de Fuego, sí de fuego, de ese fuego divino que eleva el alma, calienta el corazón, serena la mente y se mete por las venas purificándolas con el fuego infinito de su gracia.

Estábamos dentro de una capilla colonial, sobria y silenciosa en el momento culmen de nuestra vida: La Eucaristía. Estábamos con todo nuestro ser puesto en el Señor, dueño del sol, la luna y las estrellas. Estábamos a los pies de nuestro Señor dando gracias por el regalo de un maravilloso retiro venido de la tierra de la Señora del sol, de la madre de nuestro Dios, María de Guadalupe.

Al inicio del retiro vi rostros tristes, inquietos, ansiosos, escépticos y expectantes. Pero poco a poco en cada uno de sus ojos comenzó a brillar la transparencia de la gracia, la alegría del gozo y la sed infinita de Dios.

Chicos, jóvenes y adultos de rodillas con su corazón se confesaron, dejando sus cargas pesadas guardadas por mucho tiempo atrás. Hermoso momento Eucarístico cuando todos se acercaron a recibir el manjar celestial de ese Dios que no solo por mucho tiempo les llamaba para que le glorificaran a través de la música, sino también que lo recibieran en sus labios y corazones.

Nuestra gratitud a Xavier Garza Ríos por sus apasionantes y profundas enseñanzas de fuego, que nos enseñaron el amor por la Eucaristía, la música, la palabra y María. Nuestra gratitud a los esposos Ernesto y Saraí Rodríguez, que nos enseñaron que el amor de esposos es un poderoso ministerio cuando aprenden a volver la oración música de fuego.

Esa voz de Saraí tan penetrante, dulce, tierna de fuego que limpia el alma y baña el corazón de lágrimas, porque el Señor la usa para dejarnos por siempre la resonancia de su palabra hecha música. Y Ernesto, su esposo, que como San José le acompaña en la humilde sapiencia de sus suaves melodías, y así ambos corren como pequeños ríos de amor hacia el océano de la música que es Dios mismo.

Gratitud a Francisco González, el papá del equipo, corriendo por todos lados, tratando de captar cada momento en cámara y fotos y así dejar la memoria de cada pedacito de Cielo abierto en el corazón de aquellos que pasamos por esos estados inefables de gracia, que tienen precio de cielo.

Gratitud a Christopher Ortíz, el bebé del grupo, tan cercano y dócil a servir en todo, siempre atento a cada detalle y momento. Siempre silencioso como Francisco, pero también, el silencio habla porque tiene la voz de la elocuencia.

Gracias por venir hermanos de Cielo abierto y por enseñarnos la sencillez de las grandes cosas. No tuvimos cámaras de televisión, ni reportajes radiales, ni prensa, ni gente famosa, ni nada espectacular, porque el ruido no hace bien, ni el bien hace ruido.

La mayoría que fuimos, fue gente pobre, de escasos recursos económicos que jamás pedimos un cheque a gente adinerada para lograr este sueño. Fue gente rica de amor, sacrificio y solidaridad que como hermanos nos sudamos la camiseta haciendo rifas, bingos, bazares y venticas para ganarnos este pedacito de Cielo abierto y que no queremos que se cierre.

Nuestra gratitud a nuestro equipo parroquial de San José Obrero que trabajó duro, con sacrificio, en silencio, sin aplausos y sin buscar ningún reconocimiento público, más que el Cielo.

¡Dios les pague! Envío mis bendiciones a México lindo y querido, a todos los empresarios anónimos que en su silencio ayudan a salvar almas para Dios.

Un abrazo divino a Antonio González, vuestro director general y que abre caminos para que el cielo sea más grande. Un pronto regreso y que Dios y el cielo les pague.

Por. P. Orlando Corrales m.x.

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